«Santiago en América»

En el día de la fiesta  Santiago Apóstol, transcribimos la nota titulada "Santiago en América", de Ángel A. Lago Carballo, publicada en el número 16 de la revista Mundo Hispánico en julio de 1949. Las imágenes son originales del artículo. Al final puede verse una captura de pantalla de la página correspondiente.


Toda la cristiandad medieval recorría el camino que llevaba al sepulcro de Santiago el Mayor, allá donde la tierra encontraba su fin. Gran merced había hecho el Señor a España confiándole aquel santo cuerpo. Ya lo decía en sus versos el monje de San Pedro de Arlanza que rimó el Poema de Fernán González:

Fuerte ment quiso Dios a Espanna honrrar

quand al santo apostol quiso y enbyar,

d’ Inglatierra e Francia quiso la mejorar,

sabet non yaz apostol en tod aquel logar.

 

Romeros de todas tierras entraban por Roncesvalles y seguían el camino que desde lo alto de los cielos señalaba la Vía Láctea. Los gritos de fe y esperanza alentaban la marcha: ¡Ultreia! ¡Ultreia! Atrás quedaban las tierras que soñaban Cruzadas; delante, el Sepulcro florecido en un campo de estrellas. ¡Qué bien suenan los versos del Códice Calixtino!:

Jacobi Gallecia

Opem roget piam

Glebe cujus gloria

Dat insignem viam.

Ut precum frecuentia

Cantet melodiam.

 


La protección del Apóstol gravita fuerte sobre la gente española. Cuando las huestes guerreras contra los moros necesitan la ayuda sobrehumana, se obra el milagro. Santiago Apóstol trócase, en el fervor popular, en Santiago Matamoros. Así cuenta la Crónica General del rey Alfonso el Sabio que habló Santiago al rey Ramiro I:

”N. S. Jhesu Cristo partió a todos los otros apóstoles, mios hermanos, et a mi, todas las otras provincias de la tierra, et a mi solo me dio a España que la guardasse et la amparase de manos de los enemigos de la fe... Et por que non dubdes nada de esto que te yo digo, veerm’edes cras andar y en la lid, en un cavallo blanco, con una sena blanca et gran espada reluzient en la mano”

De allí saldrá el santo y seña de nuestras gestas: ¡Santiago y cierra España! Buen grito para empresas en las que más importe la defensa de la verdadera religión que la propia fama o la egoísta riqueza. ¡Santiago y cierra España! se grita mientras queda tierra peninsular por reconquistar. La exclamación está prendida en los labios españoles, prestos a lanzarla cuando la ocasión lo demande. Bien van las cosas para los españoles, pero mejor irán si las empuja la protección del Hijo del Trueno.

Y llega el momento en que el enemigo está vencido en la tierra española. Pero sigue vivo en su infidelidad al Cristo verdadero, y entonces se planea darle la gran batalla. Están alboreando tiempos nuevos y con ellos nuevas maneras guerreras. Hay que atacar por la retaguardia. Hay que buscarse la alianza de los príncipes cristianos que en la India, Etiopía y en el Oriente de Asia tienen su reino. Para buscar su apoyo, hay que ceñir en navegante abrazo los mares. Aguas vírgenes van a conocer el paso de naves españolas. Cristóbal Colon se llama el iluminado hombre que marcha en busca de las Indias Occidentales y de sus príncipes. No encuentra lo que busca; pero Dios, que lee en el corazón del hombre y de las naciones, vio el esfuerzo, la intención que lo animaba, sabía que en Su nombre se hacía y dio grandísimo premio a tanto sudor. Las Indias eran descubiertas. España se encargaría de llevar a ellas la fe verdadera, la lengua propia, sus modos de vida. Para hacerlo, a veces tiene que recurrir a la conquista por las armas. Surge otra vez la lucha y otra vez también dejan salir los labios aquel santo y sena de la lucha. ¡Santiago y cierra España! Esta vez —la boca de Hernán Cortes dio el grito—cambiado: ¡Santiago y a ellos!

Y es que los españoles consigo se llevaban sus creencias y sus celestiales patrones. Para tan maravillosas hazañas no era bueno que el hombre fuese solo. A su costado le acompaña la protección sobrenatural. Se hace presencia viva muchas veces, cuentan crónicas y relatos. Santiago Apóstol está al lado de Hernán Cortés en Tabasco durante la batalla de Centla. Y ayuda a Pedro de Alvarado en Tenochititlán y en la fundación de Guatemala. Y se aparece a las tropas de Nuño de Guzmán en la batalla de Tetlán. Y en Querétaro, durante la conquista de los chichimecas. Y baja al Perú acompañando a las gentes de Pizarro para ayudarles cerca del rio Jauja y en el sitio del Cuzco. Y las tropas de Francisco César le ven aparecer en el colombiano valle de Goaca. En 1541, en la víspera de San Miguel Arcángel Guadalajara es atacada y por Cristóbal de Oñate defendida. Hay un momento de apuro, y el Gobernador grita: ¡Santiago sea con nosotros! Y con ellos estuvo, fiel a la devota cita. También acudió a los ruegos de otro Oñate, este llamado Juan, durante la conquista de Nuevo Méjico, en el pueblo de Acoma. Y en Chile se les apareció a los españoles en 1640.

Mas nadie crea que las apariciones de Santiago Apóstol terminaron en el siglo XVII. El historiador Rafael Heliodoro Valle, que hace a este respecto puntual relación, narra otras tres, sucedidas en el pasado siglo. La primera, a los insurgentes mejicanos durante la defensa de la isla de Janitzio en 1817. La segunda, a las tropas mejicanas que en Tabasco peleaban contra los franceses, allá por el 1862, y la última, en 1892, en la hacienda de San José Atlatongo, a un español a quien salvó de ahogarse.

¿Habrá que insistir acerca de la popularidad del culto a Santiago Apóstol en América? Sus apariciones venían a encender la fe en las cristianas gentes, fuesen viejos cristianos o recién bautizados. Nada es de extrañar que la creencia quisiera dejar constancia en monumentos y templos. Pero había aun más; había villas y poblados que esperaban también su bautizo. Y el nombre de Santiago fue recibido como propio por pueblos y ciudades. Que si buena era la nostalgia que empujaba a perpetuar en las Indias la aldea natal, mejor era ofrecer un poblado al Santo Apóstol. Y así fue poblándose la geografía americana de lugares que recibían el nombre de Santiago. Sierras, ríos, valles, bahías, poblados, pueblos, ciudades, minas, haciendas..., en número que pasa de las dos centenas, pasaron a ser nombradas Santiago de ..., en mestizaje con el título indígena. El más antiguo, Santiago de los Caballeros, en la isla de Santo Domingo, fundado en 1504. Y en antigüedad le sigue Santiago de Cuba, fundada por Diego de Velázquez en 1514. Méjico encierra unos ochenta pueblos y villas llamadas Santiago. Fue allí donde Nuño de Guzmán no pudo más, y prescindiendo de aztecas nombres fundó Santiago de Compostela, en recuerdo de la gallega ciudad donde el maestro Mateo hizo maravilla y asombro de la piedra. Y Pedro de Alvarado llama Santiago de los Caballeros de Guatemala la ciudad que funda en 25 de junio de 1524. En el mismo Guatemala quedan otros seis pueblos con el jacobeo nombre grabado en sus lápidas. Lo mismo pasa a Honduras. Y a Costa Rica. Y a la Argentina. Y así podríamos seguir la enumeración. Claro que habría que fijarse en Chile, cuya capital sigue bajo la advocación del Apóstol desde el 12 de febrero de 1541, en que Pedro de Valdivia fundara Santiago del Nuevo Extremo.



El Apóstol de los conquistadores se había convertido en el Apóstol de los conquistados. Se había producido un milagro: miles de hombres entraban en el seno de la Iglesia verdadera. Todos los hombres eran iguales, por todos había muerto Cristo, el que escogió al hijo del Zebedeo para apóstol de su Evangelio. Las nuevas tierras se iban entregando amorosamente a la celestial protección del Señor Santiago, el santo que escogió la hispánica gente como grey propia. El que hizo que la adoración a su Santo Sepulcro no estuviese ligada al finis terrae, sino que abrió los mares para la fe por la que había sufrido martirio.


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