"Cuando el nombre suena...": España

Acheson (izq,)
junto a Connally

En 1950, Dean Acheson era Secretario de Estado de los Estados Unidos (lo fue durante la segunda presidencia de Harry S. Truman).  Tom Connally, para la misma época, era presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado estadounidense. A comienzos de aquel año, el primero le escribió al segundo una carta sobre España -no importa ahora el contenido-.  «De tal documento -dice una publicación de los republicanos "en el exilio"- se apoderó inmediatamente la pasión política para ensalzarlo o denigrarlo según la tendencia de las fuerzas internacionales en pugna». Por otro lado, el alcalde de Nueva York mencionado en la nota que a continuación transcribimos era el  irlandés William O'Dwyer.

Damos estos  breves datos iniciales sólo para poner en contexto el artículo de Mundo Hispánico que compartimos hoy, que fue publicado en el número 23, de febrero de 1950. No nos interesan, por supuesto, las vicisitudes políticas de hace 75 años; sólo queremos resaltar, como siempre, la grandeza imperecedera de España, que se trasunta en las líneas y en las entrelíneas de esta nota.


"Cuando el nombre suena"

Sobre el invierno frío de la gran República del Norte americano, el buen Papá Noel de las barbas blancas y el perfil orondo ha dejado el regalo de un tema para el sensacionalismo periodístico: España. Y abierto el nuevo año, el presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores del Senado de Washington pudo abrir, por su parte, el pliego que le acaba de remitir este Papá Noel de la política internacional que se llama Mr. Acheson: la carta hablaba de España y sólo de España.

¿Qué le ocurría a España? ¿Qué pasaba con España? ¿Qué acaecía en España? Nada. Fuera de las cosas normales — si por normales seguimos considerando aún la tranquilidad y el sosiego y el azacanear pacífico y laborioso— , lo importante sucedía entonces en China, en Indochina, en la Indonesia o en el Tíbet. En los Balkanes o en Berlín. España no se había corrido lateralmente hacia el Este o hacia el Oeste, como algún otro país. España estaba en su Península de siempre, tranquila y silenciosa: caía la nieve en el Moncayo, se recolectaba la última aceituna en Jaén —la cosecha ha sido muy buena—, humeaban las chimeneas del abra bilbaína, los pescadores de Galicia repasaban sus redes para la próxima costera y el filosófico padre Duero circundaba la quietud de Soria un poco más precipitadamente que en el verano, porque para eso el Moncayo, además de poesía, tenía nieves.   Pero en Nueva York  —donde está de alcalde un buen irlandés que aprendió humanidades y plateresco en Salamanca—, la prensa de las tiradas interminables jugaba a la sensación con el nombre de España en primera página: España, Spain... Y también los periódicos de Wáshington. Y los de Chicago, Boston y San Francisco. Y los de París —Espagne—, La Habana —España—, Londres — Spain—, Roma —Spagna—, Buenos Aires —España—, México —España—, Berlín —Spanien—... En el mundo se abría el año hablando de España en todos los idiomas Si conociéramos los acostumbrados vaticinios de astrólogos y casandras para el año inaugurado, posiblemente nos hubiésemos enterado de que 1950 va a ser el año de España, en el supuesto que España sea cosa de un año y no de una eternidad. 

Dicen que en esta ocasión nacía la escandalera política y periodística de una carta que Mr. Acheson cursó a Mr. Connally. El origen es lo de menos, y lo de más, esta ratificación de la sonoridad de España en los instantes menos esperados y en las geografías más insospechadas. “Me citan, luego existo”. Y no espere el lector que caigamos aquí, hoy, en el error de abordar una exégesis política que con el oportuno acompañamiento retórico, nos lleve a comentar la carta de Mr. Acheson. Dijimos al principio que España está donde estaba, geográfica y políticamente, y añadimos ahora que todos los movimientos de alejamiento o de acercamiento han sido escenificados por quienes hoy se encuentran agobiados bajo la deficiente y peligrosa ordenación de este mundo, de la que son, en gran parte responsables. “Que Dios endurece, reconoce y ejercita a los que ama, y, al contrario, a los que parece que halaga, los reserva para venideros males”.  A falta de exégesis —en la que a poco caemos— hemos traído a Séneca de la mano del Guadalquivir. Se ha hablado de España en el mundo, por no perder la costumbre, y estamos agradecidos a Mr. Acheson tanto por su función de promotor de este nuevo revuelo como por cuanto su carta tenga de reparación de la injusticia que hasta ahora se cometía con España.

Se ha hablado de España en el mundo —Spain, Espagne, Spagna, Spanien...—, gracias a esa fuerza eléctrica con que un pueblo puede galvanizar al mundo, incluso cuando se entrega bucólicamente a la recolección de la aceituna. Se ha hablado de España y la costumbre no se perderá, gracias a Dios. El silencio propio es quizá oro,  pero el silencio de los demás, mata. Vivimos porque hablan de nosotros. Y hablan de nosotros porque vivimos totalmente. 

El nombre España —de diciembre a enero, Papá Noel en New York City— , ha vuelto a sonar por el mundo. Está sonando hoy. Y si el río suena —pongamos el Duero— porque lleva agua, el nombre suena cuando lleva un alma. Un alma vigente para hoy, como ayer. Y ya el mejor poeta de todos los tiempos, desde la curva del Duero bajo la Soria citada —en España la filosofía se hace a orilla de los ríos—, dijo auguralmente que hoy es siempre todavía”

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