«Manifiesto a América en el centenario de Isabel» (segunda y última parte)

Publicamos hoy la segunda y última parte del «Manifiesto a América en el centenario de Isabel» publicado en el número 42 de "Mundo Hispánico". La nota original, que mostramos el lunes pasado, venía ilustrada con un detalle de la pintura conocida como «Virgen de la mosca», detalle que también compartimos en la entrada anterior. Hoy publicamos el cuadro completo y en colores.

Carlos V recomendaba a los conquistadores: «Os he echado aquellas animas a cuestas. Parad mientes que deis cuentas dellas a Dios y me descarguéis a mí».  Y Felipe II a Valdivia: «No dar lugar a que se le haga agravio alguno» (dignidad). Y a Legazpi:  «¡Salvad sus animas!» (libertad). Y así, aunque ya más débilmente, Felipe III, Felipe IV, Carlos II. Pero desde el momento que  España, dejando de ser madre —como dijo Bolívar— pasó a ser madrastra, la dignidad y la libertad comenzaron a sufrir. Y una nación se hace madrastra cuando ya no pertenece a la misma sangre del hijo. Madrastra. Madre bastarda. 

Y eso fue ya para América la España del XVIII  y más aún la del XIX . La España de peluca y la España de melena. La España que pactó con sus enemigos y se dejó arrebatar Gibraltar e invadir por Napoleón.

No quedaba a América otra salvación: O se hundía con esa España bastardeada y podrida, sin libertad, sin dignidad, o buscaba por sí sola la libertad y dignidad que España le negaba.

No quedaba a América otra vía sino esa de volver al “origen” mismo de donde saliera, al espíritu de Isabel, a entroncarse ya directamente con la madre primordial.

 

«Virgen de la Mosca» o «El cuadro de la mosca», de autor desconocido;
la figura sedente de la derecha suele ser identificada con Isabel la Católica

¡Y esa fue la genialidad de los Emancipadores! Y esa fue la empresa gigantesca y filial de los libertadores y dignificadores de América. (¡Miranda!, ¡Bolívar!, ¡San Martín!, ¡Hidalgo!, ¡Sucre!, ¡O’Higgins!, ¡Castilla!, ¡Páez!, ¡Artigas!, ¡Solano!, ¡Martí!)

Repetidlo conmigo,  juventudes de España y América, repetidlo. Sólo dos momentos de Creación: el de los Conquistadores y el de los Emancipadores. Los que fundaran América en nombre de Isabel. Y los que la emanciparan en recuerdo suyo. ¡Libertad! ¡Dignidad!

Era la hora ya de proclamar esta verdad valiente, esta verdad fecunda, esta verdad retumbadora como una explosión en medio del inmundo aglomerado histórico de dos siglos con que se la ha sofocado, ignorado, ofendido.

¡Desde la tierras natales y arcanas de Ávila clama por esta verdad hoy un emancipado más, el ultimo y menor de todos vosotros, pueblos de Isabel! Un español, salido de una guerra civil en la que nos jugamos, como os jugasteis antes vosotros, ¡la dignidad y la libertad!

Pero nosotros—como vosotros—, si vencimos, también vemos hoy en peligro esa herencia divina de nuestra madre. Y quizá nosotros más aún que vosotros, pues el espíritu de pacto acecha otra vez como en el XVIII , y el de invasiones nuevas como en el XIX.

¡Y a vosotros clamamos y a vosotros tendemos nuestras manos fraternas en socorro de amor!

Los grandes bloques del mundo se yerguen como martillos sobre nuestros cráneos, se abren como bocas de tiburones sobre nuestros huesos. Como cataclismos sobre nuestros destinos. 

Y nosotros, escindidos, recelosos, lejos, engañados, aun no vemos en los mares que nos separan los mares que unen. No vemos en la lengua que yuga sino la pistola de insulto o desdenes. No vemos en la fe una voz de Dios sino un signo anacrónico.

Y si no terminamos de ver nuestra salvación común es porque no terminamos de ver—como al fin yo he visto—la clave mística: ¡Isabel! ¡Isabel! Y su emblema de ley y de amor.

¡Peregrinad a estas tierras de Isabel, pueblos de América! (como los cristianos a su Jerusalén, los islámicos a su Meca).

Aquí está la verdad. Y la verdad no podía ser otra, sino que ¡los descastados vuelvan a su casta! ¡Y los renegados a creer! ¡Y los emigrados y pródigos y enloquecidos de quimeras a reintegrarse en la entraña de donde salieran!

¡Vuelta a la madre! He aquí la verdad.

Y si escuchas esta verdad, América, ¡vuelve a tu madre! ¡Y sólo entonces podrás ser tú también paridora de pueblos y de almas, creadora de Historia!

¡Llena de piedad tu destino, América!

¡Reconoce que bendita fue Isabel entre todas las mujeres y bendita serás tú!

Ernesto Giménez Caballero

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