"Alabanza de España"

Fragmentos del prólogo del libro "ALABANZA DE ESPAÑA", de Santiago Magariños. Artículo publicado en la revista Mundo Hispánico número 31 (octubre de 1950).


Nos han enseñado que «España es irrevocable. Los españoles podrán decidir acerca de las cosas secundarias; pero acerca de la esencia misma de España no tienen nada que decidir. España no es nuestra como objeto patrimonial; nuestra generación no es dueña absoluta de España: la ha recibido del esfuerzo de generaciones anteriores y ha de entregarla, como depósito sagrado, a las que la sucedan».


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He aquí los variados colores que resaltarán en el tapiz de la historia de España.

A través de las vicisitudes de esa historia ha saltado repetidas veces al espíritu inquieto de sus hombres, de sus pensadores, el deseo de presentar al mundo un conjunto acabado de tales virtudes, características, hechos y hazañas de la Patria y de sus hombres que dieran al traste con esas falsas concepciones de una España parcial y con las interesadas o ignorantes preguntas de sus enemigos, ocasión que les ha permitido y aprovecharon para cantar la loa de España, de su alma y de sus gestas, porque esa alabanza encierra la expresión exacta de su espíritu, de la verdadera luz ante la cual puede contemplársela.

A tal fin tiende este libro. Como almendra de su nuez nace una misión que se empalma con el sentido ecuménico de nuestro pueblo, batallador de las caunsas espirituales de la Humanidad. Una tarea a la que España no podrá renunciar y de cuyo valor no se desprenderá sin extraordinario riesgo.

¿Hay algo, pues, más bello y claro que esa visión total, algo más hermoso que esa España, la «Patria de todos»? Y sin embargo quienes la ven de reojo la deforman con su mal mirar.

De acuerdo con ellos, y acordado en un sistema lógico, este libro recoge lo que de más saliente se ha escrito y pensado sobre tales conceptos. Alaban sus voces y su elocuencia al hombre y sus características, sus modelos o prototipos; alaban las ideas e ideales en sus cauces espirituales, políticos y sociales; alaban, finalmente, sus hazañas. sus empresas, en lo físico y en lo moral.

Por España, como por pocos países, ha pasado la Historia. En su proceso, continuo e incesante, ha atravesado por diversas fases fundamentales, separadas por siglos; pero en cada momento supo cumplir su función de tender al logro de las empresas del espíritu que concibieron una España única y total. En esa genealogía de pueblos y gentes que es la Historia, se puede apreciar, como quien estudiase un árbol heráldico, la gesta heroica, la hazaña sencilla, la turbia mediación, la inútil tarea y el próvido laborar de cada pueblo, al modo como aparece en aquél el hecho que motivó el escudo o el dicho que proporcionó el mote. A la total familia que vivió en Europa, a través de toda su vida, Dios adjudicó a sus distintos miembros misión y servicio para desenvolverse en su cotidiano quehacer con arreglo al sentir y al pensar que les impuso.

Un día fue San Isidoro, y otro Alfonso el Sabio, y otro Quevedo, y Forner más tarde, y Menéndez y Pelayo después, y tantos y tantos, propios y extraños, conocidos u ocultos, «que sacaron de manos del olvido las cosas que merecieron más clara voz de la fama». Y nos hablaron de la nobleza de su origen, de la excelencia de su situación, de su lengua, de sus gentes, de su pensar y de su querer. de su vida política, de su sentir religioso; rosario de alabanzas que viene a ser el mentís a las calumnias de los enemigos, de los disconformes, de los equivocados; todo ello poco sabido y apenas apreciado, porque siempre anduvo disperso en libros, manuscritos y aun hojas volanderas. Hasta en los refranes, código del sentido común de las gentes del pueblo, se alabará a España en todos los momentos: «España bella, Norte en vela», dirá el marinero; «España, mi natura; Italia, mi ventura, y Flandes, mi sepultura», dirá el soldado. «Gánalo en España, gástalo en Italia y vivirás vida larga y descansada».

Recogiendo aquella idea de Quevedo : «Tal fue la ingratitud de sus escritores y el descuido, que pareció desprecio juzgando faltaba que escribir y quien escribiera tales famas», se ha proyectado este libro, en el que otro hijo de España describe sus alabanzas y la impresión que ella, como alma única, destino total, cuerpo de todos, dejó en sus hijos, y de qué modo la cantaron y loaron, demostrando la creencia en ese genio hispánico que ha originado una manera de ser universal a través del tiempo, en distintas y apreciables formas derivadas de condiciones personales, históricas y geográficas que evidencian una continuidad esencial.

Su valor, si alguno tiene, es el de señalar con los textos originales los rasgos del carácter nacional y el papel de esta conciencia como artífice de las ideas madres que incrementaron la civilización. En la obra de la inteligencia es donde se refleja con más claridad el pensar, el sentir y el querer de una nación. Y en ese ordenamiento que el pueblo español confiesa por la pluma de sus pensadores, y en el que pone su conducta ordinaria, es donde descubre su voluntad de bien, su fe en algo superior, su instinto moralmente edificador, su misión en el inundo y su individualidad entre los pueblos.

No está inspirado en ese patriotismo cerril que obtura el paso a la enmienda, oculta lo malo y elogia con hipérbole lo bueno y lo mediocre, sino en el amor objetivo a lo propio, en cuyo decir exacto no duelen prendas ni por ello se quiebran amores. Está concebido con el amplio espíritu que mira por todas las ventanas del mundo y a todas las gentes, pensando en la angustia profunda del hombre europeo, cuyos horizontes parecen nublados hoy a todo remedio. El hombre europeo sufre ese drama tejido con la lucha dura, sangrienta y obstinada de varios años, que será a la postre pasajera, que ha alterado sus tesones morales al ver arrasar día tras día ciudades, pueblos v aldeas, palacios y chozas, iglesias y cuanto constituía su patrimonio. Tal desesperación ha causado heridas demasiado hondas, y el hombre carece de ímpetu para vivir y del sentimiento de ser un eslabón de continuidad en la vida de los pueblos.

La reserva espiritual que tantos pensadores europeos han visto en España es riqueza que encuentra su aplicación en estas sombrías horas, pero que ha de ser repartida como Dios ha ordenado: sin hacerlo sólo a castas o privilegiados, sino a todos los hombres, como dádiva y bendición divina.

España necesita saber lo que fue, para conocerse y salvarse a si misma en medio de esos pueblos que caminan a la deriva en el mar del pensamiento. Sólo la profesión de una verdad común, el servicio a un modo de ser y a un pensamiento con valor de eternidad son los medios de lograrlo. España, en estricta fidelidad a su historia, ha de caminar por esa ruta para no malograr el fruto de las batallas victoriosamente ganadas en defensa de la cristiandad: un afán ideal y la práctica de una justicia que asegure el derecho y la libertad do hombres y pueblos.

Cuando se sienten dentro o se perciben fuera titubeos o ataques a la idea que constituye la base de nuestro ser, España, no es posible que se duerma o se amodorre esa conciencia en fácil convivencia. Hay que mantenerla despierta y viva, en estado de continuo alerta y rectificación.

Queremos sacudir la memoria de España y hacerla ver lo que ha merecido el alma de su historia, en serena y documentada exposición, demostrando verdades incontrastables. Queremos que España «vea» por si misma lo que ha sido en la mente de los suyos. La elocuencia de la empresa será la verdad de su historia; queremos que la luz llegue a los ojos con evidencia serena y sin alardes.

Nuestra propia alabanza airea el espíritu como un flamear del alma entre las sombras de la pasión y el odio. Es el GENIO Y LA HUELLA de España.

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