"El cronista Fernández de Oviedo"
Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés (1478-1557) fue -dice Wikipedia- «un militar, escritor, botánico, etnógrafo y colonizador español nombrado en 1532 por el emperador Carlos V primer cronista de las Indias recién descubiertas». Se trata de una apasionante figura de nuestra historia común hispánica.
«El gran valor de su obra -leemos en el sitio de la Biblioteca Nacional de España- es la imagen global, de conjunto y no fragmentaria, que nos ofrece de la naturaleza americana. Escritor y escribano nato, dotado del don de la observación, siempre escribió sobre lo que había visto. Carecía de formación académica, quizá afortunadamente. Naturalista vocacional y por instinto, sus descripciones son directas, espontáneas y detalladas. Fue así historiador, naturalista y etnólogo. Su obra dio a conocer a los asombrados europeos una naturaleza desconocida. Estudia admirablemente por primera vez muchas especies, que describe rigurosamente cuando aún no existían métodos científicos de descripción. Su “Historia general y natural de las Indias” no se editó completa hasta mediados del siglo XIX y constituye una amplia enciclopedia indiana».
El número 115 de Mundo Hispánico, en octubre de 1957, le dedicó a Fernández de Oviedo esta nota que transcribimos en su totalidad después de la imagen que muestra la doble página que abarcaba:
El cronista Fernández de Oviedo
Situada entre 1478 y 1557 —este año ¹ se conmemora el cuarto centenario de su muerte—, la vida de Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés podría presentarse como un fiel trasunto de la época que le tocó vivir. Nacido, de familia asturiana, en el Madrid del año 1478, el futuro cronista indiano va a participar de la agitación característica de los momentos finales de la Edad Media. Primero, como paje del príncipe Don Juan, ha asistido a la toma de Granada; después ha sido soldado en Italia con el Gran Capitán, y en 1513, ya muertos el príncipe y la Reina Católica, ha pasado a las Indias, sin duda atraído por su ansia nunca satisfecha de novedades. Partido en la expedición de Pedrarias Dávila como veedor de las fundiciones del oro y escribano general, tomó parte en las luchas contra los indígenas hasta alcanzar después el cargo de gobernador de Cartagena y alcaide de la fortaleza de Santo Domingo, en la isla Española.
ERUDITO DEL RENACIMIENTO
Pero junto a esta acción multiplicada hay en la vida del capitán Fernández de Oviedo, paralelamente, otra faceta más propia del erudito del Renacimiento. Él, en efecto, actúa también en las letras, y su acción literaria es tan prolifera como su acción militar y más importante que ésta. Su Catálogo Real, inédito aún en la biblioteca del Escorial, es, según Amador de los Ríos, “el tratado más completo de la Historia de España y de sus relaciones con los demás Estados de Europa de cuantos hasta fines del primer tercio del siglo XVI se escribieron”, aunque para Sánchez Alonso su gran extensión “no debe de ser proporcionada a su interés”. La Relación de la prisión del Rey de Francia —Francisco I— es, según este último crítico, “una obrita de atractiva sencillez, informada por el encendido entusiasmo que al autor inspiraba la figura del emperador”. Sus Batallas y Quincuagenas —que pronto aparecerán reeditadas, con la Historia y, quizá, el Libro de Cámara del príncipe Don Juan y la Epístola Moral dirigida al almirante de Castilla por el historiador Juan Pérez de Tudela— nos dan noticias de las “casas ilustres de España” y de “los generosos varones que dieron” y son un importante semillero de noticias históricas de sumo interés. Sus Quincuagenas, publicadas en parte en 1880, son siete mil quinientos versos, de pesada lectura, enderezados a corregir a los jóvenes ofreciéndoles ejemplos heroicos de españoles, mahometanos y judíos. Por último, el Libro de Cámara del príncipe Don Juan fue escrito por Oviedo a petición del emperador, que quería educar a su hijo Felipe de la misma manera que lo fue su malogrado tío. Pero no es ninguna de éstas, con ser importantes, la obra cumbre de Gonzalo Fernández de Oviedo. Su observación minuciosa de las cosas que veía en las Indias iba a proporcionarle materia abundante para la redacción de su Historia Natural y General de las Indias, su libro fundamental. Ya antes, en 1525, había escrito, como adelanto de ella, el Sumario de la Natural Historia de las Indias, publicado en 1527 y causa quizá de su posterior nombramiento —en 1532— de cronista de los territorios descubiertos, cargo que él ostentó por vez primera.
He aquí, pues, en Fernández de Oviedo, junto a su extraordinaria actividad externa —cruzó dos veces el Atlántico—, esta otra labor callada de erudición y estudio, que luego se plasmaría en esas obras cuidadosas y detalladas que hoy constituyen fuente fundamental para el estudio del proceso histórico en la España y en las Indias de su época. Sin embargo, no es Fernández de Oviedo un sabio renacentista a la manera de un Bembo, un Valla o un Luis Vives. Sánchez Alonso ha podido decir en este sentido que “Oviedo es la antítesis del humanista”, y ya es sabido cómo Las Casas, enemigo del cronista, le echaba en cara a este no saber qué era el latín. Tampoco tenía conocimiento de la cultura literaria de su tiempo ni le importaban demasiado las teorías y reminiscencias clásicas para hacerle cambiar el curso de su observación nunca satisfecha, pues algunas citas de Plinio —que conocía en toscano—-, de las Etimologías de San Isidoro y del comentario del Tostado sobre Eusebio, no tienen el suficiente valor de índices de una formación clásica en el autor.
HISTORIADOR IMPARCIAL
Pero esta deficiencia cultural suya tuvo grandes ventajas para la posteridad. Como dice Menéndez Pelayo, “por lo mismo que Oviedo dista tanto de ser un historiador clásico, ni siquiera un verdadero escritor; por lo mismo que acumula todo género de detalles sin elección ni discernimiento, con afán muchas veces nimio y pueril, resulta inapreciable colector de memorias, que otro varón de más letras y más severo gusto hubiera dejado perderse, con grave detrimento de la futura ciencia histórica, que de todo saca partido, y muchas veces encuentra en lo pequeño la revelación de lo grande”. Además, como no se adscribió a ninguna bandera ni teoría, su Historia suele ser imparcial, si bien no exenta de la admiración entusiasta que tenía, como casi todos sus contemporáneos, hacia la reina Isabel, de la cual afirma que “puestas delante de Su Alteza todas las mujeres que yo he visto, ninguna vi tan graciosa ni tanto de ver como su persona”, y el respeto, también encendidamente admirativo, con que trataba siempre al emperador y del que están tocadas algunas de sus obras. Por lo demás, Oviedo recoge en su Historia toda la múltiple e incansable actividad que él mismo desarrolló en América. Y obsérvese el título de la obra: Historia Natural y General de las Indias. Historia Natural, en efecto, porque el descubrimiento de América, junto con el ensanchamiento de perspectivas generales que supone, obliga al europeo —al español concretamente— a plantearse la duda de si el Nuevo Mundo descubierto es en esencia igual al conocido, es decir, si la realidad americana participa o no de la misma naturaleza que la realidad del viejo continente. América no es, pues, desde el principio, objeto de una consideración filosófica ni histórica, sino que aparece, en cuanto naturaleza, como objeto de la Historia Natural. Por eso podría decirse que Fernández de Oviedo es naturalista y etnógrafo antes que historiador, y de ahí que la parte dedicada a la naturaleza en su compilación sea tan considerable y extensa y que —como recuerda Fueter— no mostrase ni odio ni desprecio por los indígenas, quienes eran para él, antes que nada, una interesante muestra de Historia Natural.
FUNDADOR DE LA HISTORIA NATURAL DE AMÉRICA
Y aquí también se ha de resaltar la ventaja que tuvo Oviedo en su despreocupación por la Física oficial de su tiempo, “tan apartada todavía —escribe Menéndez Pelayo— de la realidad, tan formalista y escolástica, o tan supersticiosamente apegada al texto de los antiguos, aun en muchos de los que se preciaban de innovadores”. Fernández de Oviedo no conocía esos textos ni esas interpretaciones; por ello pudo hacer su obra libremente, con descripción precisa de todo lo que veía y dejando suelta su pluma al comentar los hechos que presenciaba. Y no importaba que leyese a Plinio en toscano si —en palabras de don Marcelino—, “entregado a los solos recursos de su observación precientífica, lograba, como logró, aunque fuese de un modo enteramente empírico, describir el primero la fauna y la flora de regiones nunca imaginadas por Plinio y fundar, como fundó, la Historia Natural de América”. Las descripciones de Oviedo no son, sin embargo, las de un naturalista, pero los naturalistas las reconocen como muy exactas, y ésta es precisamente la mejor cualidad de su obra: la exactitud. De ella, con razón, se precia el cronista cuando dice, aludiendo sin duda a Pedro Mártir: “Pero será a lo menos lo que yo escribiere historia verdadera e desviada de todas las fábulas que en este caso otros escritores, sin verlo, desde España a pie enjuto, han presumido escribir con elegantes e no comunes letras latinas e vulgares, por informaciones de muchos de diferentes juicios, formando historias más allegadas a buen estilo que a la verdad de la cosa que cuentan; porque ni el ciego sabe determinar colores, ni el ausente así testificar estas materias, como quien las mira”. Es que Fernández de Oviedo no está obsesionado más que por la veracidad de sus noticias, y todo lo demás parece en él subordinado a esta idea. Su estilo es desarreglado, desprovisto de toda preocupación artística, y su exposición carece casi de plan. Escribía después de ordenar sus materiales; pero luego no seguía esta ordenación y traspasaba al papel lo primero que se le venía a la pluma por cualquier asociación de ideas, mezclando incluso en su redacción —como señala Fueter— aventuras personales, todo con la obsesión de acumular detalles capítulo tras capítulo y libro tras libro, hasta el punto de que su obra, más que una Historia propiamente tal, es una “mina de útiles noticias históricas”. Con esta preocupación por el detalle y este afán de anotarlo todo, ya puede suponerse que Fernández de Oviedo utilizó en la redacción de su Historia casi todas las relaciones oficiales de la época y las que le proporcionasen los mismos actores de los sucesos, a muchos de los cuales conoció. Pero su fuente principal es un conocimiento directo de las cosas que narra, escritas probablemente momentos después de suceder, en caliente, para acumular el mayor número posible de datos. Por eso, como puro observador de la realidad, Oviedo no entra en las polémicas acerca del trato dado a los indios por los españoles, aunque está del lado de los conquistadores, pero sin hacer de ellos una apología ni aceptar tampoco las ideas de Las Casas.
IMPRESCINDIBLE EN LA MODERNA INVESTIGACIÓN
El crédito que merece, por tanto, todo lo que el cronista cuenta, después de haberlo visto personalmente, es grande, y, en este sentido, su Historia es una de las fuentes imprescindibles para el moderno investigador de las cosas americanas. De lo que le contaron navegantes y conquistadores ya puede dudarse algo, pues sus relatos no eran siempre todo lo fidedignos que él hubiera deseado. Pero el mismo autor advierte de ello: “y como sólo Dios —escribe— es el que sabe y puede entender a todos, yo, como hombre, podría ser engañado o no tan al propio informado como conviene”, aunque también procura dar cierta seguridad al lector cuando dice que “oyendo a muchos, voy conociendo en partes algunos errores, e así voy e iré enmendando donde convenga mejor distinguir lo que estuviere dudoso o desviado de lo derecho”. Sin embargo, aun a pesar de esta imparcialidad, a veces fue engañado puerilmente por conquistadores y viajeros, siempre deseosos de abultar sus hazañas o tergiversar los hechos en provecho o defensa propios, y muestra su falta de sentido crítico al no saber siempre seleccionar esas reseñas, entresacando de ellas las más verosímiles y verdaderas. En todo caso, empero, Gonzalo Fernández de Oviedo, cronista y capitán de Su Majestad, es acreedor de la gratitud de los americanistas, quienes le deben una obra fundamental para el conocimiento de la naturaleza y el pasado de América. Así, pues, hoy, a cuatro siglos de distancia de su muerte, merece con plena justicia este recuerdo.


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